Cuenta una leyenda de la región del Punjab que un ladrón
entró en una hacienda y robó doscientas cebollas. Antes de que pudiera huir, el
dueño del lugar lo capturó y lo llevó ante el juez.
El magistrado pronunció la sentencia: pagar
diez monedas de oro. Pero el hombre alegó que era una multa demasiado alta y el
juez, entonces, resolvió ofrecerle otras dos alternativas: recibir veinte
latigazos o comerse las doscientas cebollas.
El ladrón eligió comerse las doscientas
cebollas. Pero cuando llegó a la vigésimo quinta, sus ojos estaban hinchados de
tanto llorar y el estómago le quemaba como el fuego del infierno. Como aún le
faltaban 175 y se dio cuenta de que no aguantaría el castigo, pidió para
recibir los veinte latigazos.
El juez aceptó. Cuando el látigo golpeó su
espalda por décima vez, él imploró que parasen de castigarlo, porque no
soportaba el dolor.
El pedido fue obedecido, pero el ladrón tuvo
que pagar las diez monedas de oro.
- Si hubieras aceptado la multa, te habrías
evitado comer las cebollas y no habrías sufrido con el látigo – le dijo el
juez. – Pero preferiste el camino más difícil sin entender que,
cuando se hace algo mal, es mejor pagar enseguida y olvidar el asunto…
PAULO COELHO
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