Definitivo, como todo lo que es simple: Nuestro dolor no
viene de las cosas vividas, sino de las cosas que fueron soñadas y que no se
cumplieron.
¿Por qué sufrimos tanto por amor? Lo correcto sería que la
gente no sufra, apenas agradecer por haber conocido una persona tan linda, que
generó en nosotros un sentimiento intenso y que nos hizo compañía por un tiempo
razonable, un tiempo feliz.
¿Por qué sufrimos?
Porque automáticamente olvidamos lo que fue disfrutado y
comenzamos a sufrir por nuestras proyecciones irrealizadas, por todas las
ciudades que nos hubiera gustado conocer al lado de nuestro amor, y no
conocimos, por todos los hijos que nos hubiera gustado tener juntos y no
tuvimos, por todos los espectáculos, libros y silencios que nos hubiera gustado
de haber compartido y no compartimos. Por todos los besos cancelados, por la
eternidad.
Sufrimos, no porque nuestro trabajo es desgastante y paga
poco, sino por todas las horas libres que dejamos de tener para ir al cine,
para conversar con un amigo, para nadar, para enamorar.
Sufrimos, no porque nuestra madre es impaciente con
nosotros, sino por todos los momentos en que podríamos estar confidenciando con
ella, nuestras más profundas angustias y ella estuviese interesada en
comprendernos.
Sufrimos, no porque nuestro equipo perdió, sino por la
euforia perdida.
Sufrimos no porque envejecemos, sino porque el futuro nos
está siendo confiscado, impidiendo así que mil aventuras nos sucedan, todas
aquellas con las cuales soñamos y nunca llegamos a tener.
¿Cómo aliviar el dolor de lo que no fue vivido?
La respuesta es simple como un verso:
Cada día que vivo, me convenzo más de que el desperdicio de
la vida está en el amor que no damos, en las fuerzas que no usamos, en la
prudencia egoísta que nada arriesga, y que, esquivándose del sufrimiento, hace
perder también la felicidad.
Carlos Drummond de Andrade, poeta brasileño.
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