Una palabra
irresponsable: puede encender discordias y fuegos difíciles de apagar…
Una palabra cruel:
puede arruinar y derribar todo lo que se había edificado en una vida…
Una palabra de
resentimiento: puede matar a una persona, como si le claváramos un cuchillo en
el corazón...
Una palabra brutal:
puede herir y hasta destruir la autoestima y la dignidad de una persona…
Una palabra amable: puede suavizar las cosas y modificar la actitud de
otros…
Una palabra alegre: puede cambiar totalmente la
fragancia y los colores de nuestro día…
Una palabra oportuna: puede aliviar la carga y
traer luz a nuestra vida…
Una palabra de amor: puede sanar el corazón herido.
Porque las palabras tienen vida.
Son capaces de bendecir o maldecir, de edificar o
derribar, de animar o abatir, de transmitir vida o muerte, de perdonar o
condenar, de empujar al éxito o al fracaso, de aceptar o rechazar...
¿Cómo hablamos a los demás? ¿Qué les transmiten
nuestras palabras?
¿Qué me digo a mí mismo? ¿Hacia dónde me conduce mi
dialogo interno?
(Párrafo que desconozco el
autor o autora, pero al parecer se le atribuye a la sexóloga y psicóloga Olga Núñez
)